Mi comentario a Hell or High Water (Comanchería, 2016), de David Mackenzie

Ayer vi esta película de David Mackenzie, recomendada en uno de los podcast sobre literatura que suelo escuchar cuando camino al trabajo. No sé si será porque el calor en Madrid empieza a sentirse con fuerza y por la noche se acumula en la casa el bochorno del día, complicando y bastante conciliar el sueño, o porque el western es un género para disfrutarse sobre todo en verano, cuando la tierra arde, o porque la noche estaba tormentosa y cuando la naturaleza nos muestra una vez más su poder originario (el rayo, el viento, el granizo), a mi me nace la imperiosa necesidad de ver un western, género cinematográfico por antonomasia en el que la naturaleza siempre gobierna con toda su fuerza y esplendor. Sea por lo que sea, la cuestión es que vi con agrado una de vaqueros.

Pero bueno, vayamos a la cosa misma. Y, en efecto, estamos ante un western con todas las de la ley: hay vaqueros que son ladrones de bancos, hay su sheriff que los persigue, está la llanura del Oeste, el polvo tras la huida en cada robo, pistolas y rifles, y hasta los caballos con forma de autos. Sin duda, todos los elementos del western clásico están recogidos en la película. Con el curioso encanto añadido que transcurre en nuestros días, no en los lejanos tiempos del viejo oeste americano del siglo diecinueve. Interesante idea la de actualizar a nuestros días un género que parecía condenado a ser encasillado en un contexto histórico muy determinado. Esta apuesta es una de las cosas más sugerentes del film, y creo que lo consigue, que la idea es creíble, que funciona. Y es que, por un lado, Comanchería es un western que quiere ser entendido como un western. Pero, por otro lado, ese trascender los límites espacio-temporales propios de los western apunta a un deseo explícito por tematizar cuestiones acerca de la naturaleza del ser humano, del sentido de la vida y de su ser en el mundo. Paralelamente al desarrollo de la acción trepidante encontramos en el film una atmósfera decadente, crepuscular, nihilista.

A lo largo de toda la película hay un continuo ambiente de melancolía, cada vez más asfixiante, que lo llena todo: los pueblos semiabandonados, las calles desiertas, los negocios cerrados o que naufragan en un mar de soledad y silencio, la gran llanura del medio oeste americano, imágenes panorámicas del desierto, el cielo azul o atravesado de nubes blancas y alargadas, la meseta polvorienta. Estamos en una tierra olvidada desde hace muchas décadas. En esas tierras el tiempo no pasa, está estancado, no ha llegado todavía el progreso y el cambio. Antes eran las cabezas de ganado las que atravesaban las llanuras; ahora son los pozos petroleros, pero siempre la misma realidad. ¿Qué vida puede crecer ahí? Vidas condenadas a la quietud, a repetir lo que se ha venido haciendo siempre, los hijos haciendo lo mismo que hacían los padres, en un círculo vicioso que a fuerza de repetirse vacía la existencia de cualquier persona. En esa tierra no hay vida que se afirme. Y en efecto, en ese mundo inhóspito es donde nacen y crecen los hermanos Toby y Tanner. Las llanuras desérticas cincelan el carácter de ellos a su imagen y semejanza: habitantes duros, distantes, crueles, violentos, sin aspiraciones, vidas quebradas (como el desierto quiebra cualquier brizna de vida).

Los padres de Tanner y Toby han logrado comprar un pequeño terreno, aunque se han endeudado con el banco y la escasez de trabajo y futuro hace muy difícil liquidar algún día la deuda contraída. Y es que lo único que florece en esa tierra son los bancos, institución maquiavélica, que por su propia naturaleza sobrevive chupando la vida a todo aquello que lucha por salir adelante. Todo habitante de las llanuras no tiene otro modo de vivir que pidiendo préstamos al banco. La familia de los dos hermanos no es excepción, y tras el fallecimiento de la madre, la casa está a punto de ser confiscada por el propio banco por impagos. En fin, nada nuevo en nuestro mundo de hoy. Los dos hermanos no lo tienen fácil, y más cuando el hermano mayor ha pasado diez años en la cárcel por haber matado a su padre, un tipo nada ejemplar. Durante este tiempo el hermano pequeño se ha casado, ha tenido dos hijos y luego se ha divorciado. Se confirma una vez más la dura ley: en esas tierras todas las familias parecen cortadas por el mismo patrón y condenadas al mismo fracaso y final trágico. Vidas sin futuro, sin presente y con un pasado que mejor no recordar. La noción mismo de desarraigo.

Para salvar el rancho familiar, los dos hermanos deciden robar unos cuantos bancos de poca monta, terminar de pagar con ello la hipoteca y los impuestos correspondientes. Tanner, el hermano mayor, roba sin ningún fin último, sólo por lo que siente cuando roba, le sube la adrenalina, le pone violento, le hace sentir vivo, y no busca nada más. Es no sólo un ser desencantado porque sabe que no hay futuro para él, sino un nihilista activo, que ataca el mismo mundo que le ha hecho como es. Sin embargo, Toby roba porque lo único que él ha heredado (el rancho) quiere dejárselo en herencia a sus hijos. Quiere dejar algo que permanezca y que pueda dar sentido a las vidas de sus hijos y les haga luchar y progresar. Por tanto, si al inicio de la película se nos presenta a los dos muchachos como dos bandidos clásicos, que sólo quieren robar, a medica que avanza la trama comprendemos que no son sin más representantes de la pura maldad, sino que tienen una biografía que explica por qué hacen lo que hacen, y esto da profundidad a la figura del clásico » bandido malo», siempre dentro del mero cliché maniqueo. Los dos hermanos luchan a su modo cada uno con un mundo que les hunde y que carece de bondad.

Lo mismo que vemos en los dos hermanos cabe señalar respecto al ranger que los persigue. Lejos de ser un flamante representante del orden y el deber, lo que tenemos es a un ranger quebrado, asqueado de luchar contra una realidad cruel y violenta que siempre acaba volviendo a imponerse, porque en esas tierras abandonadas no puede haber otra salida. Podríamos verlo incluso como un modo del antiheroe, resultando entonces que quien tiene que ser el representante del Bien, no es más que un ser humano escéptico y cansado, en definitiva, con una semejante visión del mundo y de la sociedad que tienen aquéllos. Desoladora conclusión. Visión pesimista del futuro y del presente; y quizás una añoranza por los buenos tiempos del pasado más remoto, cuando aquellas tierras del viejo oeste eran depositarias de ilusiones y proyectos de vida.

Título original: Hell or High Water
Año: 2016
Duración: 102 min.
País: Estados Unidos
Dirección: David Mackenzie
Guion: Taylor Sheridan
Música: Nick Cave, Warren Ellis
Fotografía: Giles Nuttgens
Reparto:
Jeff Bridges, Chris Pine, Ben Foster, Gil Birmingham, Katy Mixon, Dale Dickey, Kevin Rankin, Melanie Papalia, Lora Martinez, Amber Midthunder, Dylan Kenin, Alma Sisneros, Martin Palmer,

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