Impresiones e ideas sobre La vida es sueño, de Pedro Calderón de la Barca

La vida es sueño
Pedro Calderón de la Barca
(Castalia, Madrid, 1988)

La vida es sueño es una reflexión sobre la libertad y la esencia de la realidad. Todo el meollo se juega en ese primer escenario, en esa torre-cárcel donde encadenado Segismundo. Ahí es donde debo forjar la idea fundamental del texto. Un hombre que desde que tiene conciencia ha estado encerrado y no conoce la experiencia del ‘salir fuera de’ porque siempre ha permanecido ‘adentro’. Desde ya mismo es importante que relacionemos esta idea de la libertad como el movimiento de salida desde un previo estar dentro. Segismundo infiere la idea de libertad viendo como a su alrededor todo transita por ese afuera del que él se ve privado: las aves, las estrellas, etc. El concepto de libertad que se pone en juego es negativo, esto es, es un libertad de aquello que me mantiene amarrado y me imposibilita culminar el acto de salir fuera. Entender hasta qué punto es doloroso este drama que vive Segismundo, ese deseo de salida y esa realidad de la privación, es clave para alcanzar el sentido auténtico de la obra. Porque es muy doloroso anhelar, siquiera una vez, estar liberado de las cadenas que lo amarran a la celda y chocarse una y otra vez con la dura realidad de que ello es imposible. Es el drama del querer y no poder. Por eso estamos ante la libertad vivida como liberación que al realizarse consigue aquello que está previamente escindido, a saber, el anhelo con el poder. La experiencia de esa escisión es lo que representa Segismundo y esto hace de la obra de Calderón una obra plenamente moderna, porque si algo es la modernidad es el relato de la libertad, de la liberación (emancipación) de la tradición (el factum, la realidad)  en todos los ámbitos de la vida social y personal.

Todo lo que rodea a esa celda y a la experiencia dolorosa de Segismundo es secundario: que haya un rey (Basilio) que por un mal augurio (al nacer su hijo Segismundo murió su madre y los hados concluyen que por ello será un rey cruel, parcial y tirano) decide encerrarlo de por vida y que sus primos (Astolfo y Estrella) sean los herederos de su reino y no su legítimo hijo; o las historia de amor, la de Astolfo que no está enamorado de Estrella, sino de Rosaura, y que es un sentimiento mutuo, o la del propio Segismundo con Estrella. Todas las tramas no son más que artificios en comparación con el retumbar ontológico de un hombre que clama por salir de su prisión y experimentar por primera vez en su vida lo que es estar libre, no estar limitado por nada salvo por la bóveda celeste y el suelo bajo sus pies. Pues bien, llega ese día en que el rey Basilio accede a que liberen a Segismundo para que todos vean su carácter cruel y tiránico, tal y como predijeron los hados, y se convenzan de que no puede llevar los destinos del reino. Pero lo que no alcanzan a ver el rey y con él quienes asisten a la liberación de Segismundo, es que la crueldad y la furia que muestra el joven no tienen su origen en su supuesto carácter funesto, sino en la vivencia de privación de su ser a la que ha sido sometido desde su nacimiento.

Antes de abordar ese primer despertar de Segismundo, tenemos que abordar el otro gran concepto que aparece justo en ese momento de la obra: el de la realidad. La interpretación habitual de la obra suele ceñirse a ese concepto, poniendo en un segundo plano o sencillamente olvidando el tema de la libertad. El mismo título de la obra, la vida es sueño, da pie rápidamente a pensar que la obra trabaja las relaciones entre realidad y apariencia, tema por lo demás muy de la época barroca. Pero yo planteo que lo fundamental es que el tema de la esencia de la realidad está planteado en relación íntima con el de la libertad, de modo que el sueño y la vigilia, la realidad y la ficción se viven desde la libertad como liberación. Veamos esto. Como hemos dicho, el rey decide liberar a Segismundo para que todos vean su modo de ser tiránico. Estamos ante lo que denomino el primer despertar. Lo trasladan dormido a los aposentos reales y observan su reacción al despertar. Y, en efecto, al despertar Segismundo entra en crisis: ya no está en una mazmorra encadenado, sino en un castillo y libre de cadenas. Ahora tiene libertad de movimientos, cosa nunca antes posible para él. Y ante tamaño espectáculo sucede algo muy normal: al sentir como por arte de magia su gran anhelo cumplido, duda de si realmente esté sucediendo todo, de que quizás está soñando todo lo que le rodea y que en cualquier momento despertará y todo caerá como una vana ilusión soñada. La realidad cambia tanto, aquella realidad en la que estaba encerrado y encadenado, que se sale de sus goznes y se hace añicos. Expliquemos esto un poco más.

Tenemos que entender el asunto desde la perspectiva de Segismundo, no desde la nuestra como lectores o espectadores de la obra. Desde fuera de la acción no hay dramatismo; el auténtico desconcierto se vive cuando lo vivimos en primera persona. Esto que es básico a la hora de interpretar una novela, en el caso de ahora se torna fundamental, tan fundamental como lo es el nacimiento de la categoría del ‘ego’ en la modernidad de la mano de Descartes. La modernidad es el despertar de ese yo como centro del mundo, como lugar donde acontece todo, y así debemos entender lo que sucede en la obra de Calderón. Abrir los ojos y ver que la realidad ha cambiado, y que con ella tu gran anhelo de libertad deja de ser tal para pasar a ser algo efectivo, provoca un desgarro tan fuerte en nuestro ser que justamente la realidad se vuelve irreconocible y quedamos desorientados. Nos sentimos tan dependientes del mundo que si este cambia, nosotros también estamos avocados a cambiar con él, no cabe permanecer como antes, esperando que todo vuelva a ser como ya no es. En definitiva, el tema de la esencia de la realidad (el estatuto ontológico del mundo) está en esencial copertencia con el tema del yo como lugar-teatro donde a partir de ahora acontece todo lo que es.

Bajo la influencia de ese primer despertar fuera de la cárcel, y todavía con el desconcierto absoluto de Segismundo, el viejo Clotaldo le aborda y le suelta la verdad: eres el heredero legítimo al trono. Es el momento de mayor densidad conceptual de la obra porque confluyen el cumplimiento de su anhelo de liberación con el desconcierto de si lo que está viviendo es real o sueño, para finalmente recibir la verdad de que no es lo que él creía ser: un pobre hombre habitante de una celda, sino un príncipe heredero de todo un reino. Confluyen dramáticamente los tema de la libertad y la realidad en ese lugar nuevo que es el yo. Las preguntas afloran a borbotones: ¿Quién soy, reo o príncipe?¿si soy príncipe, por qué he permanecido encerrado todo este tiempo?¿Quién me ha encerrado y con qué fin?¿Qué clase de persona puede encerrar a otra en semejantes condiciones, sabiendo que ello es injusto?, etc. Rápidamente Segismundo entiende que su estado de privación de libertad ya no es algo natural, sino provocado por alguien con intereses pérfidos hacia su persona. Ya no culpa al destino de su desdicha, sino a un rostro humano. Y al pobre Segismundo le afloran emociones enfrentadas: como heredero se siente henchido de poder y se muestra prepotente, violento ante quien le impida cumplir ahora su voluntad, negada siempre hasta entonces. Se pone también soberbio, ve a Estrella y la lisonjea, ve al rey y le pide que deje el trono porque es viejo y él puede ejercer ya como rey. En definitiva, ejerce como todo un tirano. Descarga ciegamente contra todo y todos su rencor por lo que ha padecido de forma tan arbitraria, porque una voluntad lo ha querido así. Si es dueño de su destino, quiere hacer lo que le plazca. Frente al previo sentirse privado de su libertad, afirma ahora con violencia su voluntad. Y el rey que ve toda la escena desde otra perspectiva completamente distinta a la de Segismundo (el juego de perspectivas también es típico de los planteamientos barrocos), se ve obligado a encerrarlo de nuevo porque comprueba su naturaleza tirana, así que con sutileza lo vuelven a dormir y encerrar.

Llegamos al segundo despertar, esta vez dentro de la cárcel. Al abrir los ojos Segismundo se ve de nuevo en su inicial celda y en un principio cae en la misma incertidumbre de antes, pero rápidamente saca la conclusión de lo que le ha sucedido: su experiencia de verse libre, en un palacio y heredero de un trono, todo ello no ha sido más que un sueño porque ahora lo que ve es esta celta y esta privación de su libertad. Pero cuidado, porque no dice que esa cárcel sea la realidad y el palacio un sueño, no, porque esto implicaría que hay realidad fiable. No, lo que Segismundo concluye es que al igual que le pasó al palacio, que parecía tan real y terminó desvelándose un sueño, del mismo modo puede pasarle a esta prisión, que parezca muy real y también termine siendo de la misma naturaleza que aquél. En otras palabras, Segismundo hace que el sueño (la ficción, la apariencia) sea el principio ontológico de su vivir: “Yo sueño que estoy aquí / destas prisiones cargado, / y soñé que en otro estado / más lisonjero me vi. / ¿Qué es la vida? Un frenesí. / ¿Qué es la vida? Una ilusión, / una sombra, una ficción, / y el mayor bien es pequeño; / que toda la vida es sueño, / y los sueños, sueños son” (vv. 2178 – 2187). Y extendiendo su conclusión a todo, establece también que es el sueño (la ficción, la apariencia) el principio ontológico del mundo,y lo expresa en unos versos no sólo bellos, sino también cargados de profundidad: “la experiencia me enseña, / que el hombre que vive sueña / lo que es hasta despertar. / Sueña el rey que es rey, y vive / con este engaño mandando, disponiendo y gobernando. […] Sueña el rico en su riqueza / sueña el pobre que padece / su miseria y su pobreza; / sueña el que a medrar empieza, / sueña el que se afana y pretende, / sueña el que agravia y ofende; / y en el mundo, en conclusión, todos sueñan lo que son, / aunque ninguno lo entiende” (vv. 2158 – 2177).  Concluyendo, con Calderón encontramos puesto en escena el mismo principio fundamental de la filosofía cartesiana (cogito ergo sum), pero siendo más consecuente que el filósofo francés a la hora de extraer las derivaciones de ello. Mientras que en Descartes hay una recaída metafísica que a uno le deja ‘de piedra’, pues el garante de la verdad, y por ende, de la realidad es ¡Dios! (Éste no puede engañarme, hacer pasar por sueño lo que yo siento como real), sin embargo en Calderón no encontramos a Dios por ningún lado, y deja expuesta sin más la verdad de lo que afirma: si la vida es sueño, entonces los sueños, sueños son y no hay más que sueños, nada más allá de ellos, ni Dios ni nada por el estilo; y si hay un dios también él será un sueño. Un mundo donde el garante de la verdad, la realidad, la libertad, etc., no depende de nadie fuera de los propios límites de nuestro ser, y debemos vivir de acuerdo con ello. Modernidad en sentido pleno.

Mientras Segismundo está de regreso en su celda el pueblo se entera de que el rey propone que el heredero al trono sea Astolfo, alguien que no ha nacido en esas tierras, sino foráneo, y habiéndose corrido ya la voz de que Segismundo es el hijo del rey, éste sí nacido allí y además está vivo, el pueblo se lanza a liberarlo y alzarlo a él como rey. Y, en efecto, lo liberan, mas el rey arrepentido de todo se arrodilla ante su hijo y le implora perdón, recibiéndolo de su hijo y siendo a su vez coronado como heredero por su padre el rey. Las palabras finales muestran en Segismundo una cierta ética, un modo de actuar en consonancia con los principios de su filosofía de vida, sin ser ya violento o tiránico, sino razonable y conciliador: “¿qué os admira?¿Qué os espanta, / si fue mi maestro un sueño, / y estoy temiendo en mis ansias / que he de despertar y hallarme / otra vez en mi cerrada / prisión? Y cuando no sea, / el soñarlo sólo basta; / pues así llegue a saber / que toda la dicha humana, / en fin, pasa como sueño. / Y quiero hoy aprovecharla / el tiempo que me durare, / pidiendo de nuestras faltas / perdón, pues de pechos nobles / es tan propio el perdonarlas” (vv. 3305 – 3319).

¿Podemos decir que hay auténtica liberación en Segismundo? Ciertamente no, porque el principio de que la vida es sueño relativiza todo estado en que nos hallemos y que creamos real, por lo que quizás sentirnos libres es sólo un sueño del cual nos podamos despertar en cualquier momento. Lo que sí le proporciona a Segismundo su experiencia dentro de la mazmorra y su salida de ella, es justo una autoconciencia de su ser y del ser de todo lo que le rodea. Sin aquella experiencia viviría creyendo que una cosa es la realidad y otra cosa son los sueños, cuando la única realidad es que toda realidad es sueño, ficción. Ser libre para el yo no será otra cosa que alcanzar aquella autoconciencia que nos muestra que en el fondo toda libertad no deja de ser una ficción.    

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