Impresiones e ideas sobre El mito del eterno retorno, de Mircea Eliade

El mito del eterno retorno
Mircea Eliade
(Alianza Editorial/Emecé, Madrid, 1995) 

El libro de Eliade (1907-1986) puede ser útil en muchos sentidos. En sus escasas ciento setenta páginas hay, como en todos los libros del historiador de las religiones rumano, una gran cantidad de información, ideas y propuestas interpretativas que pueden resultar muy productivas para distintos campos del saber humanístico. A mí me interesa la deriva filosófica de sus reflexiones. En este sentido está claro que me encuentro ante un libro que reflexiona sobre la vivencia social del tiempo. Eliade entiende que la temporalidad es el meollo que permite escindir con claridad a las sociedades en dos grupos: aquellas que se entienden a sí mismas como históricas, y aquellas que se entienden como ahistóricas. El tiempo no es un ‘tema’ más entre otros muchos, sino que está señalado porque remite a algo fundamental dentro de una sociedad, a saber, su ser en el mundo. Me explico. A pesar de que la enunciación del asunto pueda parecer algo abstracto o de difícil comprensión, la verdad es que la cuestión no reviste dificultad: toda sociedad mantiene una relación determinada con el tiempo, y ese modo concreto de habérselas con ello determina en esencia su modo de estar y entender el mundo. Para Eliade es tan importante esto que del infinito número de sociedades que han poblado y pueblan nuestra tierra, la temporalidad permite hacer un corte esencial que las agrupa en dos tipos: aquellas que están en el tiempo y aquellas que se sitúan fuera del tiempo. Conviene aclarar desde el principio que cuando Eliade habla de sociedades históricas se refiere a las occidentales u occidentalizadas, y en general a  la sociedad moderna, ilustrada, posthegeliana. Mientras que cuando habla de sociedades ahistóricas, lo hace a las arcaicas, a las propias del mundo subdesarrollado y preoccidentales, y en general a la sociedad primitiva.

Obviamente todo se juega en qué se entiende por tiempo. Para las sociedades históricas el tiempo se define por su unidireccionalidad, esto es, por su única dirección, de modo que el tiempo siempre es un presente condenado a hacerse pasado y empujado hacia un futuro: El presente es, el pasado fue, el futuro será. Además, no es un tiempo reversible, esto es, no puede haber mezcla entre los tres cortes temporales: el pasado no puede hacerse presente ni futuro porque por su propia esencia es sido, no es; el presente no puede hacerse pasado ni puede adelantarse al futuro porque por esencia es ahora, y el futuro no puede ser ya presente y menos haber sido porque por esencia todavía no es. Lo que es, es; lo que fue, fue; lo que será, será. Esta estructura tautológica (A=A) permite la no ingerencia-mezcla de los tres cortes o nódulos temporales. Es lo propio de lo que denominamos tiempo histórico, finito. Unidireccionalidad e irreversibilidad, es decir, historicidad.  

Para las sociedades arcaicas ahistóricas el tiempo se define por su carácter cíclico y por tanto reversible: el presente es algo que guarda una relación de identidad con el pasado porque es una reactualización o retorno de lo que ya fue, y el futuro será una repetición de lo que es ahora que a su vez lo es de lo que fue. El mito como el contenido de esa temporalidad rizada, en bucle, permite entender con claridad el asunto. Ciertamente para las culturas ahistóricas los actos humanos e incluso los objetos del mundo no tienen una significación intrínseca, un sentido que les pertenezca de suyo, sino que lo tienen en la medida en que son una re-producción o repetición de un acto primordial sagrado, que es justo el que lo inserta en una cultura. Insertar algo en ese esquema de referencialidad al acto primordial asegura que se pueda decir que ese algo existe, está ahí, es. De lo contrario, sencillamente no es, no tiene sentido. Por eso, las sociedades arcaicas viven perseverando constantemente en ese retorno de los mitos fundacionales sagrados. No sienten, así, que el tiempo transcurre de modo que lo que ya fue, no volverá a ser, sino todo lo contrario, sienten que lo que fue (el mito) regresa y regresa, constante y eternamente. Viven obcecados en no ser temporales, en no hacer del tiempo una línea abierta y con dirección única, sino un círculo cerrado sobre sí y que da vueltas y vueltas sobre sí; de esa naturaleza es lo sagrado. En este sentido digo que las sociedades viven fuera del tiempo, ciertamente no sienten que el tiempo transcurra porque lo que retorna y retorna nulifica la sensación y la realidad del cambio, del dejar atrás. Una temporalidad que persevera en la circularidad (tiempo cíclico). Las sociedades arcaicas viven en una férrea eternidad que les permite el aseguramiento de su identidad, y recelosos de cualquier ataque a sus mitos, porque ellos son el garante y la clave de bóveda de su ser. Si perece el mito se hace añicos la circularidad de la temporalidad que los mantiene vivos, y con ello la sociedad se avoca a su muerte. Circularidad y reversibilidad, es decir, eternidad. En definitiva, el tiempo nos permite acceder a la esencia medular de una cultura, sea de un tipo u otro. Hay una íntima relación entre ser y tiempo (Heidegger dixit).  

En líneas generales el libro es un desarrollo de estas ideas fundamentales acerca del tiempo que he expuesto. Los rasgos que caracterizan la temporalidad de una sociedad histórica y los de una ahistórica arrojan mucha luz cuando se los usa como herramientas hermenéuticas para comprender el mundo y el tipo de sociedad actuales, así como su pasado histórico, literario, económico, político y cultural en general. Algunas derivas las dejo apuntadas:

– Los rasgos propios de una sociedad ahistórica (reversibilidad y circularidad) se encuentran olvidados, aunque sea en forma de germen o resto residuales, en cualquier tipo de sociedad histórica, y ello es así porque, en efecto, toda sociedad es en sus inicios una sociedad ahistórica. Puede llegar un momento, y así lo ha sido para muchas sociedad actuales, en que una sociedad cambie esa ‘naturaleza’ suya transformando sus cimientos y su estructura, y entrando con ello en lo que denomino el ‘continente historia’. Pero a pesar de esos cambios, en el fondo de una sociedad histórica vive sumergida aún una sociedad ahistórica. Hablando en términos concretos, incluso en la sociedad que dio inicio el mundo occidental, la griega, vivió un momento semejante con el denominado y mal entendido tránsito del mito al logos.

– Si agregamos a la idea de que los mitos son el fundamento que da identidad y articula una sociedad ahistórica, el hecho de que ello lo eleva a categoría sagrada (el mito es sagrado), tendremos que toda sociedad ahistórica reivindica la plenitud de lo sagrado como centro de su visión del mundo. Toda sociedad tiene en sus orígenes una afirmación de lo sagrado, expresada a través de sus múltiples mitos, y el tránsito hacia una sociedad histórica supone la pérdida inevitable, poco a poco, con el paso del tiempo, de esa sacralidad originaria hasta llegar a la completa desacralización de la sociedad, consumándose así la expulsión de todo lo sagrado de las prácticas, los objetos, y las instituciones de la vida social y cultural. Es el tránsito de lo sagrado a lo profano.

– El tránsito de una sociedad ahistórica a otra histórica también tiene otra grave consecuencia para el mito, puesto éste pierde su fuerza fundacional ontológica (que articula y ordena el mundo), pasando a ser entendido ahora como un simple relato escrito, una ficción más o menos veraz, más o menos brillante, más o menos bella, vaciándose así todo su sentido ontológico. Un mito vaciado sin la sociedad que es la que le da sentido y vitalidad, no deja de ser más que un fósil inmóvil, dispuesto para ser estudiado como una pieza más del museo cultural de una sociedad histórica. Es el fenómeno del vaciamiento del mito.

– Si el mito se vacía de sentido y fuerza vinculante cuando una sociedad transita hacia el paradigma histórico, siendo ello el principio del fin de la originaria sociedad ahistórica, el mismo fenómeno de vaciamiento se observa en el ámbito personal: el individuo deja de sentirse como un miembro más de una comunidad que comparte los mismos cantos, rutinas ancestrales o mitos cósmicos, para ser ahora un miembro más de una sociedad que no ofrece nada vinculante que se aproxime a la fuerza del mito. El problema del desarraigo del individuo occidental, problema netamente moderno, llega a su punto culmen en la sociedad nacida tras el final de segunda guerra mundial. Hoy en día, el individuo está nihilizado, no hay tradición alguna que comparta, y si la hay son tradiciones huecas, que se hacen porque el consumismo determina que tiene que haberlas para generar un impulso renovado a las ansias de consumir. Pero no hay en ello nada apropiable en términos culturales, y resulta así la famosa figura del individuo sin atributos, entregado a las miserias de su individualidad, sin pertenencias ni anclajes de ningún tipo, en definitiva, uno de los grandes  temas de la novelística del siglo XX. Es el fenómeno del vaciamiento de la existencia del individuo.

– Las sociedades ahistóricas son siempre ejemplos de cómo se puede habitar el mundo, y los procedimientos usados para ello. Cuenta Eliade que cuando miembros de una sociedad semejante llegan a una zona salvaje, desconocida hasta entonces por ellos, lo primero que hacen es una serie de ritos cuyo fin es establecer vínculos entre eso que no pertenece a su mundo con el mundo que ellos sí conocen, esto es, ritos fundacionales que permiten el tránsito del caos al cosmos. En otras palabras, el mito que dio origen a su sociedad se reactualiza en lo salvaje y caótico, y así lo sagrado, lo eterno, el ser re-torna. El acto fundacional se repite, generando así nuevos círculos, identidades, repeticiones, allá donde antes no los había. Así es como una sociedad se apropia lo desconocido, sacraliza lo profano, dado que lo profano es todo aquello que no tiene una significación mítica. ‘Poéticamente habita el hombre en esta tierra’ recordará Heidegger los famosos versos de Hölderlin, en una clara alusión a que es la narración poético-mítica la fuerza originaria de un pueblo para habitar el mundo, porque habitar mundo no es más que abrir una eternidad  en el mar de la temporalidad.

– Esa capacidad del ser humano para habitar mundo a través del poder fundamente del mito, esto es, de generar círculos que traigan de nuevo al presente lo que ya sucedió in illo tempore, no se pierde jamás, ni siendo habitantes de una sociedad moderna. Puede comprobar esa capacidad desplegada en su plenitud todo aquel que realiza un viaje, saliendo de las garras de una sociedad moderna y se dispone a habita por un tiempo una sociedad de las denominadas ‘subdesarrolladas’ o del ‘tercer mundo’. No estamos hablando de un viaje en modo turista, sino de permanecer en la comunidad el tiempo suficiente como para sentirse parte de ella a través de todo el conjunto de tradiciones y ritos que la caracterizan, dándose cuenta hasta que punto es espontanea esa tendencia a crear círculos en todos los niveles de la vida social y personal. Pero es que, como hemos dicho, incluso dentro de las sociedades modernas, aunque muy solapadamente, si realizamos un ejercicio de mirada genealógica y arqueológica (Foucault dixit), encontramos también círculos, mitos, tradiciones como, por ejemplo, la celebración del ‘nuevo año’. Y es que en todos los lugares mora lo divino, lo eterno.

– Ese vínculo del individuo a los mitos y tradiciones ancestrales de la sociedad que se repiten y repiten in illo tempore, determina la identidad misma de aquél dado que el hombre de las sociedades tradicionales no se reconoce como real sino en la medida en que deja de ser él mismo (para un observador moderno) y se contenta con imitar y repetir los actos de la comunidad plasmados en sus mitos: “Es decir, el individuo no se reconoce como real, es decir, como verdaderamente sí mismo, sino en tanto que deja precisamente de serlo” (p. 40). Frente a la sociedad moderna que considera que lo real es lo individual, la sociedad arcaica afirma que lo real es lo colectivo. Lo común frente a lo personal; lo público frente a lo privado. Disolución de la identidad individual como principio (arjé) y fundamento de la vida social frente a la afirmación de la identidad individual como principio (arjé) y fundamento de la vida social. La comunidad como algo completamente distinto a la suma de las individualidades frente a la comunidad como simple suma agregativa de ellas. Es lo común-inclusivo-lo que pertenece a todos frente a lo individual-exclusivo-lo que pertenece sólo a uno mismo.  

– Como ya he señalado más atrás, la importancia de la temporalidad no hay que olvidarla. Vivir el mito, afirmar las tradiciones (ese fondo de eternidad) de una cultura viva implica inevitablemente el difícil ejercicio de poner entre paréntesis la temporalidad lineal desde la que nos entendemos a nosotros mismos y entendemos todo lo que hay en el mundo. Si no somos capaces de dar ese salto de una temporalidad a otra, si no somos capaces de dejarnos de entender como un continuo tránsito de un pasado que no volverá, de un presente que somos pero que se nos escapa de entre las manos y de un futuro que no es pero que anhelamos que sea, si no salimos de esa linealidad fatal, que solo sabe de correr y correr hacia delante y dejar tras de sí cosas que ya no volverán, desde este planteamiento nada nuevo puede brotar ni en el individuo ni en la sociedad. Reivindicar el mito y la tradición implica parar esa temporalidad, olvidarse del calendario, de las horas de sesenta minutos y los días de veinticuatro horas, para así dejar que aflore de nuevo un tiempo más propicio para habitar la tierra donde todo nos hable, donde lo divino acontezca de nuevo, y refresque con su re-torno la sed de nuestro ser, llenando aquella oquedad en la que nos hemos convertido en estos tiempos de indigencia: “En la repetición de aquellos mitos y ritos en los que el hombre es verdaderamente él mismo (alimentación, generación, ceremonias, caza, pesca, guerra, trabajo, etc.) se da en él la abolición del tiempo profano y su proyección en el tiempo mítico” (p. 41).  Por ejemplo, cuando sale al mar se convierte en el héroe del mito narrado y se encuentra así proyectado en el tiempo mítico, y del mismo modo el mito tiene lugar de nuevo (re-torna), se re-actualiza, vuelve a ser. Se ha obrado en él una metamorfosis: de simple humano en héroe mítico (p. 47). El resto de su vida se pasa en el tiempo profano y desprovisto de significación. Es el salto de una temporalidad a otra, de lo histórico a lo mítico, del devenir a lo eterno. Como puede entenderseno hablo de cosas místicas o más o menos herméticas, sino de algo que todos los días ejecuta con la mayor de las espontaneidades cualquier tribu perdida en la Amazonia. Y es que el hombre arcaico soporta difícilmente la historia y se esfuerza por anularla, aunque sea periódicamente.

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