Impresiones e ideas sobre Guía del lector del Quijote, de Salvador de Madariaga

Guía del lector del Quijote
Salvador de Madariaga
(Espasa-Calpe, Col. Austral, Madrid, 2005)

El trabajo de Salvador de Madariaga, publicado en 1926, es deudor de las interpretaciones psicologistas muy en boga en el primer tercio del pasado siglo XX, y aporta algunas claves de lectura interesantes para enriquecer la siempre vibrante lectura del clásico de clásicos de Cervantes. La tesis fundamental de Salvador de Madariaga  es que no sólo estamos ante un extraordinario escritor, cosa ya obvia por demás, sino que Cervantes es también un maestro en el estudio de la psique humana (p. 121), lo cual se evidencia en su capacidad para captar, diferenciar y plasmar una enorme variedad de conductas y emociones humanas. Así, nos encontramos en su novela con unos personajes que poseen una dimensión psicológica llena de matices y variantes que no suele ser captada en toda su riqueza y originalidad por las interpretaciones comunes. De entre la cantidad de personajes memorables que aparecen en la novela, Salvador de Madariaga  se centra en la dimensión psicológica de los dos protagonistas, Don Quijote y Sancho, aportando una gran riqueza de análisis de sus expresiones, refranes, diálogos y valoraciones, con el fin de poner de manifiesto con pericia su particular, rico y cambiante perfil psicológico. La perspectiva psicológica nos muestra que las aventuras vividas por ambos no sólo son eso, aventuras, sino que tienen efectos en ellos mismos, cambiando su modo de ser, pensar y sentir el mundo en el que están. A continuación presento los que considero aportes más sobresalientes del trabajo de Salvador de Madariaga.

Salvador de Madariaga
(La Coruña 1886 – Locarno 1978)

Acerca de los libros de caballerías recuerda que fueron el punto de partida desde la que Cervantes planeó su obra Don Quijote. Para él dichos libros cometían tres crasos errores: primero, tenían un exceso de inverosimilitud que les hacía descolgarse de cualquier atenencia a las limitaciones propias de la realidad, y por ende terminaban habitando un plano completamente idealista. En otras palabras, a fuerza de idealizar la narración simplificaban lo que de suyo es complejo, esto es, la realidad. Segundo, eran obras con un estilo no definido, sin pies ni cabeza, proclive además a exageraciones y extravagancias, y unido a ello una carencia de claridad y sencillez, justo lo contrario que Cervantes consideraba fundamental en toda obra, siendo fiel por completo al canon clásico establecido por Aristóteles y Horacio. Tercero, como su fin fundamental era mantener la atención del lector, ello les llevaba lógicamente a desligarse de cualquier atenencia a la verdad de sus historias si es que con ello conseguían aquel fin, con lo que finalmente provocaban que sus relatos engañaran por completo al lector, sin una referencialidad mínima a la realidad histórica. Cervantes pensaba que la ficción siempre tenía que tener un vínculo la realidad, y ello obligaba a incluir elementos en la narración que fuesen verdaderos históricamente hablando, con el fin de hacerla verosímil, cosa esta que jamás encontraba en aquellas. Por todo ello, Cervantes concluye que los libros de caballería eran algo así como el melodrama de la época (como una telenovela en la actualidad o incluso cierta literatura fantástica) cuyo fin era distraer a los lectores de sus monótonas vidas. Y ese fin siempre le pareció legítimo a Cervantes, sin duda, pero no los medios para lograrlo, y por ello atacará sin piedad ese tipo de obras. Sin embargo, el espíritu que las animaba le parecía respetable puesto que pensaba que muchas de ellas llegaban a tocar lo más humano de cada persona.

Me parecen valiosos los rasgos con los que Salvador de Madariaga describe las peculiaridades de Cervantes como escritor. Primero, en que es “un observador imparcial que ama por encima de todo a los seres humanos sin importar su condición social” (p. 49). Pienso que con ello no se refiere a algo como que fuese un convencido filántropo abstracto, sino más bien a que se sentía poderosamente atraído por la riqueza infinita de lo humano, por el conjunto de detalles, trivialidades, rasgos únicos, modos de hablar y saberes de toda índole que encontraba diariamente en las personas con las que se encontraba, hablaba o sencillamente observaba complacido. Segundo, en Cervantes toda escritura tiene que estar atravesada de vitalidad, la palabra escrita debe ser capaz de capturar alguna migaja de la vida que revolotea a su alrededor y saberlo transmitir al lector de modo tal que este lo sienta así al leerlo y logre emocionarse. En otras palabras, para Cervantes el mero escribir por escribir, sin esas resonancias vital y emocional, sencillamente está condenado a perecer. Tercero, hay en Cervantes un evidente primado de la imaginación, a la que da absoluta carta de libertad y espontaneidad siempre y cuando se deje mediar por el clásico buen sentido, que la mesura y la insta siempre a ser verosímil, cercana, real, no un simple jugueteo o adorno sin referencialidad alguna. En definitiva, con todo lo visto Salvador de Madariaga nos presenta un Cervantes entendido como un espíritu libre y creativo, sensible al mundo que ve, que no es otro que el mundo común y corriente, el de una y otra clase social, ambas importantes, y siempre con un ineludible sentido de la proporcionalidad entre realidad y creatividad, entre sentido común e imaginación. Cervantes, como aquel que acepta la vida sencilla de los hombres y su conducta llana (realismo) pero que a veces también, dada su formación clásica y su profesión de escritor, le posee una ambición por la gloria y trata de deslumbrar con su prosa y sus técnicas narrativas al mundo de las letras (imaginación). En el libro de Don Quijote encontramos estos dos rasgos interaccionando en ambos personajes principales: Don Quijote como paradigma de la imaginación, y Sancho Panza como el lastre y arraigo en la realidad cotidiana.

El libro está lleno de análisis que muestran una gran habilidad para ‘pescar’ ideas sobresalientes en el gran océano cervantino de personajes. Por ejemplo, una distinción que nos ayuda a comprender bien el tipo de locura que padece Don Quijote, a saber, la diferencia entre dos tipos de locura: la de Don Quijote o el caballero de la triste figura, que la define como continua y consecuente, y la de Cardenio o el caballero de la mala Figura, que difiere de la otra en que es intermitente y furiosa. Salvador de Madariaga muestra con acierto como Cervantes las diferencia apelando a la especificidad de cada una en el hablar y el actuar de cada personaje en cuestión, cuidando con pulcro esmero las expresiones de cada personaje. Por otro lado, otro ejemplo lo tenemos en Dorotea, de quien salvador de Madariaga saca una a una sus cualidades como la facilidad de palabra, la viveza en el observar y comprender, la inteligencia en el uso de las ideas, pero también su impulsividad innata en el pensar y en el hacer, y llegando a la conclusión de que todo ese conjunto de rasgos hace del personaje la hija predilecta de Cervantes, su personaje más querido. Repito, es loable la labor de Salvador de Madariaga porque es un trabajo realizado desde una atención siempre fidelísima al texto e inteligente en la comprensión del sentido de los diálogos, los gestos, etc., de cada personaje. 

Con respecto a la interpretación específica de Don Quijote y Sancho Panza, Salvador de Madariaga no los entiende simplemente como caracteres antitéticos entre sí, sino todo lo contrario, ambos se influyen e impregnan mutuamente del modo de ser del otro, y ello involuntariamente. Veamos esto. La novela nos presenta a Don Quijote como alguien que por efecto del mucho leer novelas de caballerías trueca la realidad por ensoñación, de modo que lo que antes le parecía ilusión, ahora cree firmemente que es real. Desde entonces vive sólo empujado por la ilusión de deshacer entuertos para ganarse el favor de Dulcinea y así  alcanzar la gloria perseguida por todo caballero. La voluntad Don Quijote, esa fe ciega en su ilusión es inquebrantable y la impone con vigor sobre el imperativo de la realidad, a pesar de que a veces la dureza de ésta la padezca con contundencia. Por su parte, Sancho Panza es como se dice un costal lleno de refranes sacados de la experiencia de la vida, del trato con esa misma realidad inapelable. El sentido común y la fe en la realidad palpable y empírica son los rasgos característicos del escudero manchego, y su máxima ambición, como cualquiera de su condición, es obtener una ínsula y con ella poder mandar, esto es, ostentar poder. Así, frente a Don Quijote que tiene como aspiración última la gloria, Sancho Panza cifra la suya en tener poder sobre los demás. E igualmente, podemos decir que si bien Don Quijote tiene abundantes bienes intelectuales obtenidos por sus muchas lecturas, Sancho Panza tiene también abundantes bienes, pero de índole empírica, obtenidos por la mucha experiencia en la vida.

Desde ese planteamiento inicial antagónico Salvador de Madariaga hace una interpretación en la que a medida que transcurre la novela se observa como las cualidades propias de uno de los personajes pasan a formar parte del otro personaje y viceversa, de modo que Don Quijote se hace realista, y Sancho Panza se hace idealista, siguiendo cada uno un trayecto igual pero en sentido inverso. Salvador de Madariaga llama a esto una sanchificación de Don Quijote y una quijotización de Sancho Panza. A lo largo de las numerosas aventuras se observa como la solida voluntad de Don Quijote comienza a ceder ante los envites continuos de la cruda realidad y entra en un estado de creciente desengaño, desilusión y decadencia. Paralelamente a este movimiento de caída hay un movimiento contrario de elevamiento en Sancho Panza, puesto que al entrar poco a poco en el mundo de ilusiones de Don Quijote adopta por momentos su modo de hablar, agregando a ello el cumplimiento de su anhelo de ser gobernador de una ínsula, termina todo ello por hacerle entrar en un estado de ilusión desbordante y fe en sí mismo. Este desplazamiento de la perspectiva y de las convicciones que define a cada uno de los protagonistas termina por hacerles más semejantes entre sí de lo que ellos mismos creen. Salvador de Madariaga habla aquí de una igualdad espiritual compartida entre ambos: Don Quijote cada vez entiende mejor la visión del mundo de Sancho Panza, y viceversa. El trasiego de las aventuras vividas les ha hermanado. Este proceso de síntesis del carácter de uno y otro, que no deja de ser la unión de las dos caras de Cervantes, ese doble rasgo de su personalidad del que ya hemos hablado: el amante de la sencillez de la vida y el hombre culto que se afana por mostrar su talento. Ideales intelectuales en un hombre con un profundo amor por la vida cotidiana y las gentes comunes y corrientes. Hermosa fusión llevada al papel en una obra inmortal.  

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