Impresiones e ideas sobre Tirano Banderas de Ramón del Valle-Inclán

Ramón del Valle-Inclán
Tirano Banderas
(Espasa-Calpe, Madrid, 4ª ed., 1981, 240pp)

Tirano Banderas es una novela sobre la figura del tirano autoritario: su modo de ser, de pensar y de actuar, su modo de organizar la vida social y gobernarla, en fin, una presentación de este tipo de personajes siniestros que han proliferado con abundancia en todos los rincones del mundo, pero que Valle-Inclán (1866-1936) lo radica en la América Latina. Dentro de este tipo de novelas, con gran tradición y arraigo ya en Hispanoamérica (novelas de Augusto Roa Bastos, Alejo Carpentier, Miguel Ángel Asturias, García Márquez, Vargas Llosa, Sergio Ramírez, etc.), tengo que reconocer que la obra del escritor español no está entre las más logradas. Varias razones sobre ello:

Primera, de índole más formal y es que gran parte de la novela está pensada y ejecutada desde una lógica formal más propia del teatro que de la novela. Desde las primeras páginas la preeminencia absoluta del diálogo, las descripciones de escenarios al inicio de cada parte, así como la estructura en partes, capítulos y escenas, todo ello me hacía sentir que estaba ante una obra de teatro novelada. Mejor dicho, es una obra de teatro que tiene apariencia de novela. Creo que la obra habría funcionado mejor si Valle-Inclán se hubiera dejado de enmascaramientos y optado por hacer una obra de teatro, sin duda. Esto no quita para reconocer que encuentro una gran variedad de momentos brillantes donde la pluma del escritor es poderosa: describiendo al tirano y su residencia, lugares como la cárcel de Santa Mónica o la ciudad de Santa Fe, momentos del día como atardeceres o noches de oscuridad cerrada. Pero la verdad  es que la novela alterna fugaces destellos de gran calidad con océanos intrascendentales de diálogos prosaicos.

Segunda, la intención de Valle-Inclán por llevar a la novela la riqueza del lenguaje oral y los neologismos de las tierras que en sus viajes por la América latina escuchaba y seguramente anotaba (sobre todo de México), termina plasmándose en la novela de un modo tan particular que hace  de la lectura algo muy farragoso, por momentos ininteligible, y que con frecuencia no permite al lector hacerse una clara idea de lo que se está diciendo o haciendo. No me opongo a introducir en la novela expresiones coloquiales, es más, considero un buen recurso para obligar al lector a enriquecer su vocabulario con nuevas palabras, pero pienso que Valle-Inclán abusa de ello provocando en el lector un constante distanciamiento frente a la acción sencillamente por no entender bien lo que sucede. Por ello hay un exceso de ese recurso que impacta de lleno en el resultado final.

Tercera, la obra adolece de un maniqueísmo demasiado evidente y simplificador: los españoles y aquellos criollos que están alineados con el tirano, todos son colocados dentro de un mismo conjunto de conceptos negativos: usureros, viciosos, crueles, ruines, insensibles al dolor, frívolos, etc. Mientras que los indios y partidarios de la revolución poseen los rasgos contrarios: humildes, solidarios, ingenuos, bondadosos, nobleza de espíritu, honrados, partidarios del ideario revolucionario (libertad, igualdad, fraternidad), etc. En definitiva, la presentación de todo ello por parte de Valle-Inclán me hace sentir como si estuviera en un mundo semejante al que nos proponen las clásicas películas del cine yanqui (buenos y malos) o una novela de serie barata con escasa profundidad en sus planteamientos acerca de una determinada realidad. Las grandes obras de la literatura se caracterizan, entre otras muchas cosas, por un planteamiento complejo que huye de simplificaciones ni lecturas en clave moral. La obra de Valle-Inclán tiene una clara intencionalidad moral desde un presupuesto muy elemental de distribuir papeles de buenos y malos.  Quizás este hecho sea uno de los puntos débiles más evidentes de la obra.

En otro orden de cosas, a pesar de las debilidades que encuentro en la novela, reconozco que la imagen que Valle-Inclán traza de la figura del tirano abre un camino por el que novelas posteriores abordarán el mismo tema. Me centro en este tema de la ‘imagen’ del tirano en la obra. Ante todo éste es quien no sólo ha establecido el imperio de la ley y con ello el orden, sino que es el garante de su buen funcionamiento. Una ley que aparenta ser justa (“mi política es el respeto a la ley” p.62) pero que en el fondo sanciona y elimina a todo aquel que ataca el orden, que no es otro que el orden tiránico. El tirano no sólo hace la ley, y cuida su cumplimiento, sino que además la sanciona (“El tribunal de Santos Banderas” p. 227). El tirano aparece como aquel que condensa en su persona todos los poderes: crea la ley, la ejecuta y vela por su cumplimento y si no porque haya una sanción ejemplar. El tirano como omnipotente. A lo largo de la novela se nos muestra al tirano ejerciendo esas labores, unas veces con total discreción, otras con obscena ostentación, según convengan a sus intereses. Un ejemplo muy ilustrativo: “Mientras jugaban al juego de la rana, el tirano se mostraba muy codicioso y atento a los lances del juego, sin ser parte a distraerle las descargas de fusilería que levantaban cirrus de humo a lo lejos, por la banda de la marina. Las sentencias de muerte se cumplimentaban al ponerse el sol, y cada tarde era pasada por las armas alguna cuerda de revolucionarios. Tirano Banderas, ajeno a la fusilería, cruel y vesánico, afinaba el punto apretando la boca. Los cirrus de humo volaban sobre el mar” (pp. 56-57). Cumplir sentencias de muerte diariamente, como algo habitual, ya es cruel, pero hacerlo usando el método del fusilamiento para que la población escuche los ecos de las detonaciones y recuerde lo que les puede pasar si van contra la ley, ciertamente es maquiavélico. Imagen poderosa y contundente de la naturaleza de un tirano. Pero no sólo con la población, sino también con todos los estamentos: los comerciantes, la Iglesia, las clases altas, las fuerzas del orden. Todos los personajes que aparecen en la novela, sean de la clase social que sean, saben que tienen que complacer siempre al tirano, que a pesar de que se beneficien del orden tiránico deben siempre acatar y aplaudir la voluntad de aquel, por más arbitraria e injusta que sea, porque de lo contrario aquél puede usar su poder contra ellos mismos en cualquier momento.

Derivado de lo anterior aparece también el uso del terror para mantener a toda población (a todas las clases sociales) atemorizada y por ende sometida y amansada. La imagen de Banderas como aquel que siempre está vigilando, mirando, observando; aquel al que nada se le escapa; todo ciudadano se siente observado por él, incapaz de hacer nada que vaya en contra del orden porque siempre se siente vigilado. Es la imagen del tirano como omnividente: “Tirano Banderas, sumido en el hueco de la ventana, tenía siempre el prestigio de un pájaro nocherniego. Desde aquella altura fisgaba la campa donde seguían maniobrando algunos pelotones de indios, armados con fusiles antiguos. La ciudad se encendía de reflejos sobre la marina esmeralda” (p. 48). Vigilar y castigar, y el miedo como herramienta del uso del poder.

Finalmente, el tirano también es omnisciente, aquel que todo lo sabe: despliega una red de informantes que le toman el pulso de la calle para poder anticipar lo que pueda pasar y cortarlo con rapidez. También cuenta con los periódicos que publican lo que él quiere que se publique para mantener a la gente informada de acuerdo a su conveniencia. Ejemplo de ello lo tenemos en las indicaciones que da sobre cómo los periódicos deben dar la noticia sobre el mitin que se dará en la Plaza Pública por afines a la revolución. Esto es interesante desglosarlo: el tirano sabe de antemano que en la Plaza los oradores hablarán de libertad e incitarán al levantamiento contra la tiranía, pero, primero, el tirano permite que se levante la voz, mostrando públicamente que es partidario de la libertad de expresión y manifestación; segundo, paralelamente como decimos es dueño de la interpretación que se hará del acto en los periódicos, buscando manipular la opinión de la gente que los lea; tercero, pone a trabajar a una red de servidores que comenzarán a desacreditar y difamar ante la población la imagen y el discurso de los oradores; cuarto, coloca en el punto de mira a los oradores y pasados unos días encontrará un motivo por el que aplicarles la ley, encarcelándolos, y quitarles de en medio. En fin, la sapiencia del tirano lo abarca todo, no deja nada al azar, anticipando incluso la subida o bajadas de precios de acuerdo a sus intereses porque como dijimos ya mantiene cerca de sí, en su círculo estrecho, a todos los comerciantes y empresarios de la región. Si necesita recaudar más o sólo quiere recordar quien manda, apretará subiendo los costos de las materias primas, ahorcando las economías de las familias. Si necesita presentarse como benévolo y cercano, hará que los precios bajen y contentará a las masas.

No suele señalarse pero pienso que Valle-Inclán subtituló su novela como “una novela de tierra caliente” para dejar claro que su voluntad no era escribir una novela que hablase de América latina pero desde la óptica conceptual y hermenéutica de España (o europea), sino que hablase desde la propia experiencia vital y conceptual de América latina. Por eso hizo nada más y nada menos que tres viajes antes de la redacción en 1926 de su obra: en 1892, 1910 y 1921. Visitó México en dos ocasiones, además de Argentina, Uruguay, Paraguay, Bolivia, Chile. Fue de los pocos escritores españoles que ha conocido de primera mano la realidad de las ex-colonias españolas. Esto es muy importante, porque generalmente la visión que suele tener el español de la América latina es como mínimo muy vaga, sustentada en generalidades y plagada de prejuicios. Poco esfuerzo ha dedicado España por comprender de un modo genuino la realidad de aquellas tierras hermanas, sobre todo porque, seamos sinceros, nunca se ha valorado como relevante lo que ellas pudieran aportar. Todavía a día de hoy perdura el poco interés por las culturas latinoamericanas. Y creo que ello nos ha privado de un manantial rico y fértil de creatividad, puesto que sobre la base de compartir una misma lengua, el contacto estrecho con la vitalidad propia de aquellas tierras  hubiera contribuido a regenerar y revivificar a unas letras españolas que desde mediados del siglo XX, y salvo muy contadas excepciones, han caído en la más absoluta irrelevancia literaria, a fuer de hacerse modernas. Un país como España que vive ciegamente obsesionado y entregado a un modelo de vida y cultura ultramodernos, al estilo ‘países nórdicos’, necesariamente es un país que reniega de cualquier tradición autóctona, y se condena a perder sus raíces más propias. Y, lógicamente, desde esta idea del progreso América latina siempre será comprendido como un espacio geográfico condenado a una especie de bucle reincidente de atraso en todos los órdenes, y por ello mismo sin interés alguno. Desde mi experiencia de vida, habiendo vivido más de quince años en México, estimo que ese bucle es el modo que tienen de cuidar y afirmar sus tradiciones y raíces más propias, y confieso que curiosamente desde hace más de ochenta años hasta la actualidad, lo más atractivo y sugerente que se escribe y publica en lengua castellana viene de aquellas inmensas tierras, como digo, tan desconocidas aún hoy para el español. Siempre me sucede lo mismo: siento un aire fresco, genuino, vital y profundamente atrayente que proviene de América latina. Un aire viciado, repetitivo, carente de vida y profundamente aburrido que proviene de España. Hay sus excepciones claro está, pero son sólo eso, excepciones muy muy muy raras. Dixit.

Diseminada a lo largo de la novela encuentro algo así como una visión personal de Valle-Inclán acerca de la realidad social de América latina y sus relaciones con España. Sobre el aporte de la cultura española al continente americano: “El Catolicismo y las corruptelas jurídicas cimentan toda la obra civilizatoria de la latinidad en nuestra América. Esas dos fuerzas son los grilletes que mediatizan al pueblo colonizado a una civilización en descrédito, egoísta y mendaz” (pp. 70-71). La idea de un ser omnipotente, omnividente y omnisciente como único gobernante es la herencia que el catolicismo aplica a sangre y fuego en América latina, y que luego ésta retomará en muchas ocasiones como el modo más eficaz de gobernar a una comunidad. La ley corrupta enseña como se debe desplegar dicho gobierno. La novela es un buen ejemplo de que en Santa Fe se aplican plenamente ambas ideas. Más adelante Valle-Inclán incluye un tercer rasgo definitorio: “la originaria organización comunal del indígena se ha visto fregada por el individualismo español, raíz de nuestro caudillaje. El caudillaje criollo, la indiferencia indígena, la crápula del mestizo y la teocracia colonial” (p.188). Interesante rasgo este como elemento definitorio del carácter español que exportamos a las colonias y que arraigará en el carácter de los indígenas para formar parte ya de su ser.

Frente a aquellos tres lastres o herencias históricas, Valle-Inclán propone para las antiguas colonias españolas algo así como una vuelta a los orígenes, un “volver a la ruta de su destino histórico, escuchando las voces de las civilizaciones originarias de América. […] Si renegamos de aquéllos, se forjará un nuevo vínculo, donde revivan las tradiciones de comunismo milenario, en un futuro pleno de solidaridad humana” (pp. 72-73). Frente al individualismo Valle-Inclán habla de comunismo milenario. Una imagen muy ingenua e idealizada de las culturas prehispánicas, que desde hace mucho tiempo los historiadores han desmontado. Pero es que si pudiera rastrearse un cierto comunismo incipiente en las culturas prehispánicas, la historia también nos recuerda que los propios países implicados, una vez liberados del yugo colonizador de España, se han dedicado a arrinconar y dejar morir a esas mismas culturas originarias, hoy reducidas a su mínima expresión o de plano aniquiladas, entregándose así curiosamente a los modelos de organización y mentalidad occidentales, propugnadores justamente del individualismo del que hablamos más arriba.

Para terminar, y a propósito de las culturas indígenas, encuentro interesante también una reflexión de Valle-Inclán. Se trata de la idiosincrasia del indígena o indio como se le dice en la novela: “El indio es naturalmente ruin, jamás agradece los beneficios del patrón, aparenta humildad y está afilando el cuchillo: sólo anda derecho con el rebenque (látigo). Es más flojo, trabaja menos y se emborracha más que el negro antillano. […] Si el indio no fuera tan flojo, no habrían vivido tan seguros los blancos colonizadores” (pp. 66-67). Me interesa en concreto eso de que el indio es ‘flojo’, porque creo que el escritor gallego señala con ello un rasgo del modo de ser indígena que nunca terminó de adecuarse a los modelos económicos basados en la eficiencia y en la propiedad privada de los medios de producción (tierra, materias primas, etc.) exportados de Europa. Un modo de ser que por su propia naturaleza es poco proclive al trabajo asalariado dado que al vivir en tierras de abundante comida y clima muy amigable, tierras más cercanas a un paraíso terrenal donde uno con poco esfuerzo conseguía el sustento material con el que vivir. Lo curioso aquí es que esa tendencia al poco esfuerzo que Valle-Inclán ve ya en el indígena, realmente estaba tan arraigada en su ser que no habría permitido al colonizador extirparla, permaneciendo hasta hoy en día. No estoy diciendo que el indígena sea un vago ni cosas por el estilo. Tan sólo digo es que en el rasgo de ‘lo flojo’ se señala la perseverancia de un modo de ser indígena propiamente prehispánico. Hoy en día, para todo aquel que ha vivido en aquellas latitudes el tiempo suficiente se dará cuenta que se sigue usando con mucha frecuencia la expresión ‘flojo’ para hablar de aquella actitud tendente a esforzarse el mínimo posible para lograr un fin en cualquier esfera de la vida personal o social, e incluso se habla de ‘tener flojera’ cuando sencillamente no nos nace hacer nada. No se olvide, en definitiva, que lo más curioso en todo esto es que ese auténtico rasgo prehispánico del ser indígena facilitó mucho la colonización española de sus tierras.

La parte final del libro desmejora mucho la calidad global del mismo. Una sucesión de capítulos, de pesada lectura, que nos muestran la realidad fáctica de las relaciones diplomáticas entre países. Por un lado, el talante de los diplomáticos, que Valle-Inclán presenta como una casta acomodada y frívola, preocupados por bagatelas y sin la menor sensibilidad hacia la realidad que padecen las gentes, enfrascados en sus tramas palaciegas, así como en las envidias ancestrales entre una naciones y otras. Por otro lado, la completa esterilidad de la acción diplomática en sí misma, formando parte de la gran mascarada que supone toda vida política: aparentar hacer algo cuando en el fondo no están haciendo absolutamente nada. El espíritu profundamente cínico y mentiroso de la llamada diplomacia internacional. En definitiva, muy dura la imagen que presenta Valle-Inclán de los diplomáticos, semejantes a parásitos que viven del heraldo público y que no sirven para nada útil; casta de la que se puede prescindir sin daño algo. Sin duda, sorprende la premura con la que Valle-Inclán despacha la muerte del tirano, abrupta porque parece redactada a vuelapluma, en apenas una página y media, sin mayor tratamiento, en mi opinión en un claro gesto de cortar por lo sano lo que ya se quiere finalizar, la novela. Flaco favor le hace esa decisión a la calidad final de la novela.

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