Impresiones e ideas sobre Estrella distante de Roberto Bolaño

Roberto Bolaño
Estrella distante
(De Bolsillo, Penguin Random House, Barcelona, 2020, 133pp)

Es extraña la experiencia de leer a Bolaño. Por un lado, lo leo con verdadera fruición, me sorprende gratamente en muchas ocasiones, la atmósfera melancólica y desesperanzada que rodea a sus personajes concilia perfectamente con mi modo de ser. A veces llego a la conclusión de que si yo escribiera me gustaría hacerlo al estilo bolañista. Pero, por otro lado, al finalizar sus libros siempre llego a la misma certeza: literatura de calidad, en muchos momentos absorbente, pero que carece de aquello que sólo contienen las grandes novelas. Profundizando en esa extrañeza creo que tiene que ver con una disputa personal que tengo con la literatura actual. Hay en la obra de Bolaño algo muy de nuestro tiempo, una cierta voluntad por producir cosas sin grandes aspiraciones, sin grandes objetivos. Nada de buscar la obra total, nada de proyectos épicos, de grandes ambiciones, nada de una novela capaz de reflexionar con radicalidad y con altas pretensiones sobre el ser humano, la sociedad, la historia, el futuro, la juventud, etc. Creo que esa realidad tiene que ver con que nuestro tiempo es el tiempo del post: del fin de los grandes relatos, de los grandes ideales, de los proyectos ambiciosos, de las revoluciones, etc. Y eso se nota en los escritores que brotan como flores en nuestro panorama editorial. Sí, Bolaño es un escritor que se sabe postmoderno y que se sabe habitante de una sociedad postmoderna, con todo lo que ello implica. Que duda cabe que esto no implica un enjuiciamiento de su obra, sino la constatación de algo que para mí es fundamental a la hora de interpretar su obra. A continuación trataré de fundamentar todo lo anterior por medio de tres grandes ideas sobre las que articulo mi lectura de la Estrella distante: el tipo de narrador, el tipo de narración y el tipo de novela.

Primero, el tipo de narrador. Bolaño tiene una virtud sobresaliente e incuestionable, a saber, es un gran gran contador de historias. Tiene la capacidad de enganchar al lector y mantenerle atado a la historia que le cuenta. Cuando leo a Bolaño tengo la misma sensación que cuando alguien me cuenta alguna historia que le ha pasado y la cuenta de tal forma que logra mantener mi atención. Lo normal es aburrirse con las conversaciones que tenemos habitualmente, pero a veces sucede que alguien tiene esa capacidad por enganchar nuestra atención a lo que dice. Cuando se lee a Bolaño parece que te está contando una historia de tal manera que ya no puedes despegarte de ella, quieres seguir leyendo y leyendo. Ese es un rasgo característico de Bolaño, de modo que lo defino como un estilo muy propio de la oralidad. Sus narraciones inician por cualquier pequeño detalle y después se va hilando una cosa con otra, tal momento con tal lugar, personas que aparecen, recuerdos que brotan y que parecen ciertos pero que más adelante parecen serlo solo para el narrador, etc. Una improvisación total, como sucede cuando uno escucha o cuenta una historia a otro, donde la historia se va haciendo al mismo tiempo que se va contando. La narración de Bolaño contiene todas las peculiaridades de la narración oral. Se asemeja a los aedos griegos, esos grandes contadores de historias de la antigüedad que iban de ciudad en ciudad reuniendo a la gente y contándoles historias de héroes y mitos que maravillaban a quienes las escuchaban. Tenían la capacidad de introducir a la gente en su relato, y a través de la ficción que creaban les hacían literalmente ser partícipes de lo que les contaba (Eric A. Havelock ha estudiado muy bien este fenómeno en su libro La musa aprende a escribir, cuya lectura recomiendo vivamente). Para mí es la gran virtud de Bolaño como escritor.

Aparejado a lo anterior debo reconocer que, salvando las diferencias, Bolaño comparte ese atributo con otro enorme contador de historias: Woody Allen. Considero importante dejar apuntado el vínculo entre ambos, sabiendo que un tratamiento más extenso se sale de los límites de este trabajo. Pero hay sustento para ello. A pesar de que uno sea escritor y otro director de cine, el modo de contar sus historias en ambos no sólo es muy semejante, sino llenos de coincidencias y puntos en común. En ambos, por ejemplo, el narrador siempre está incluido en la narración misma, es un personaje más. Además, en ambos el estilo tan particular de contar las vidas de sus personajes es muy semejante, llenas de anécdotas y rasgos contingentes, minimalistas en los detalles biográficos. Por otro lado, ambos tienen una postura semejante de atracción y rechazo hacia la sociedad moderna de consumo en la que radican sus vidas (W.Allen en Estados Unidos, Bolaño en España). Ambos enmarcan las historias contenidas en sus obras en una misma atmósfera de melancolía, desesperanza y desencanto ontológicos. Finalmente, ambos dejan un mismo regusto amargo en el espectador-lector cuando concluye sus obras. Sin duda, muchos rasgos del estilo de Bolaño los encuentro en el estilo de hacer cine de Woody Allen.

Segundo, me centro ahora en el tipo de narración. Cuando terminé de leer la novela me quedó la sensación de que la lectura había sido ágil, entretenida, brillante por momentos, pero carecía de algo así como un  gran tema que articulase sus capítulos y les diera unidad o una conclusión que llevara al lector a plantearse alguna reflexión o a formularse ciertas preguntas. Nada de nada. Me quedan los avatares de la vida de Carlos Wieder, pero también los de la vida de Juan Stein, de las hermanas Garmendia, de Bibiano O’Ryan, de Abel Romero, todo un mar de peculiaridades biográficas y gustos frívolos, en definitiva, todo el devenir caótico e imprevisible de sus vidas, pero como lo es el de cualquier otra vida. Y es que confieso que los personajes de Bolaño no tienen nada especial, son común y corrientes, vidas anónimas, gente que vive sobre la faz de la tierra, que pulula haciendo tal o cual cosa insustancial, tejiendo de un modo u otro sus vidas. Personajes sin trascendencia en un mundo igualmente intrascendente; vidas sin huella; vidas sin relevancia alguna; cada una muere a su modo, pero todas guardan una cierta semejanza porque todas están condenadas al mismo olvido rápido. Bolaño nunca tiene una voluntad de salir de esa atmósfera de contingencia absoluta de todos y de todo, de banalidad y de nadería. Recuerdo que en mi cuaderno de notas apenas anoté nada destacable: ni ideas de fondo, ni ideas en la superficie; ni estructuras, relaciones, conceptos; nada de nada. Todo transcurría sin una intención previa, semejante al fluir mismo de la vida cotidiana, que nos va llevando de un lugar a otro sin razón alguna. En fin, Bolaño solo permite lo que denomino una lectura de nivel superficie. Creo que esto es algo que todo lector de Bolaño tiene que tener claro al encarar su lectura.

Para mí ese es uno de sus rasgos más genuinos de su estilo porque creo que lo sitúan de pleno como un escritor de nuestro tiempo: un tiempo de indigencia, de post-verdades y de un nihilismo que se impone en todos los ámbitos de la vida privada y pública, en donde no hay ningún tipo de solidez (ni en las tradiciones, ni en las convicciones); tiempos líquidos, como los ha caracterizado Zygmunt Bauman. Sólo hay lo que aparece y nada más que lo que aparece (ni esencia, ni fundamento, ni realidad, etc.). La narración se agota en su mismo acto de narrar. En la narrativa de Bolaño no hay más que lo que aparece en lo que cuenta. Por eso creo que su prosa es brillante, sin duda, pero con tan poco peso, que un golpe de aire la echa por tierra y la convierte en polvo; Bolaño ha elegido la levedad. Su tipo de narración se rige por el principio de la absoluta libertad en su transcurrir, sin nada previo a ese transcurrir mismo (ninguna idea o proyecto preconcebido con anterioridad) que canaliza el flujo narrativo, como sí sucede en otros grandes narradores de historias, que siempre tienen un control férreo de todo. Bolaño se asemeja más a aquellas personas que, sin ser escritores, poseen sin embargo la habilidad innata de contar oralmente historias, de manejar sus recuerdos y su capacidad imaginativa hasta tal punto que nos sumergen en la ficción que en ese mismo momento están creando. Con Bolaño tuvimos suerte porque se dedicó a plasmar en papel esas mismas capacidades de las que hablo y que creo que él poseía de manera eminente. No hace falta más que escuchar las entrevistas que le hicieron y de las que tenemos testimonio. Bolaño hizo de esas capacidades suyas, de ese encanto por contar historias por el simple gusto de contarlas, sin otra pretensión, su propio estilo narrativo. No hablo de un estilo carente de calidad, todo lo contrario, sino de la peculiaridad de su estilo narrativo.

A propósito de esto último una idea más. Creo que ese estilo tan propio de Bolaño es un gran limitante a la hora de valorar su obra dentro de la gran tradición literaria, porque ciertamente no aguanta comparativas con el calado y la profundidad de la obra de un Thomas Mann, de un Tolstoi, Dostoyevski o Balzac, por no hablar de Cervantes, Baroja, Stendhal, etc. Como ya dije líneas más arriba, no hay en la novela de Bolaño grandes arquitecturas conceptuales, profundas intenciones, grandes ideas, en fin, una voluntad por transmitir al lector ideales o conocimientos valiosos sobre el mundo, la sociedad o el ser humano. A nivel ‘macro’ hay una idea general por la que transcurre su novela, hay una narración claramente delimitada por un inicio y un final, coherente entre ambos (que podríamos definir como los avatares de la vida de Carlos Wieder), pero a nivel ‘micro’ no encontramos ideas, conceptos, temas; sólo el fluir continuo de la narración que nos lleva de un lugar a otro. No hay grandes diálogos, frases profundas, o conclusiones. Repito, solo hay la narración y lo que ella misma nos deja en su transcurrir mismo. Por ejemplo, el final tan patético de Carlos Weider desde el recuerdo que nos queda como lectores de todo lo que fue haciendo durante su vida y que nos ha ido contando Bolaño. A este nivel Bolaño tiene un gran encanto y es brillante en muchos momentos.

Como buen contador de historias Bolaño juega con maestría con las relaciones entre realidad y ficción. Esto también es muy peculiar de su estilo. A lo largo de la novela el narrador no es una instancia fiable, pero no lo es porque nos quiera engañar, sino porque es un narrador falible, como lo somos todos. El narrador de las novelas de Bolaño es de la misma naturaleza que la nuestra, no tiene ninguno de los atributos del narrador clásico (todo lo controla, todo lo sabe, todo lo ve, todo lo anticipa, nunca engaña, es todopoderoso), y por eso mismo cuando lo leemos parece que un amigo nos está contando una historia, de la cual no sabemos a ciencia cierta cuanto en ella es real y cuanto es invención suya. La novela de Bolaño está cuajada de expresiones como: “Se cuenta, en el triste folklore del exilio – en donde más de la mitad de las historias están falseadas o son sólo la sombra de la historia real” (p. 65); “corría el año de 1974, si la memoria no me engaña” (p. 45); “no recuerdo si vivía en México o en Francia” (p. 57); “con total claridad solo recuerdo” (p.60); “un vino tal vez inapropiado para los canelones, pero yo no sé nada de vinos” (p.68); “pero tal vez todo ocurrió de otra manera” (p.79); “aunque no sé si la historia es cierta” (p94). En una sociedad como la he caracterizado más arriba, en definitiva, en tiempos de indigencia en los que se afirma ya sin tapujos la necesidad de lo que Gianni Vattimo denomina ‘pensamiento débil’, obviamente en la literatura se impone el narrador débil, aquel que se desvincula y trabaja ya ajeno a cualquier ideología o estructura omniabarcante o con una pulsión a la totalidad. Ni la realidad es total, ni está completa, ni se deja someter a ideas; la realidad es la que es: gusta de ocultarse, es ficcionada, engaña, aparenta, etc. En ese suelo Bolaño se mueve como pez en el agua.

Tercero, me centro ahora en el tipo de personajes que encuentro en la novela. Bolaño es un escritor que vuelca su narrativa sobre los personajes; no hay nada ni antes ni después de ellos. Sus obras son obras de personajes y sólo de personajes. Ellos lo son todo. La novela se inicia, se agota y se acaba con ellos. Uno puede pensar que realmente esto no es propio de Bolaño sino de toda novela porque toda novela de hecho tiene personajes. Pero mi idea tiene que ver más bien con su lugar estructural dentro de ella: en Bolaño sólo hay personajes; nada importa realmente nada más allá de ellos. Por ejemplo, no hay escenas donde la acción se pare y se nos presente un paisaje suntuoso que enmarque y dé sentido a la escena. En Bolaño lo que da sentido tiene que ver siempre con el personaje, está reconcentrado en él, y nunca hay una mirada que se haga exterior al personaje. En este sentido estamos ante una novela en las antípodas de la novela clásica, donde el contexto del personaje siempre era tan importante, o incluso a veces más, que el personaje mismo. Si pensamos bien el asunto, en la novela de Bolaño el contexto no es relevante para nada que impacte en el personaje. Que el protagonista viva en Blanes o en Nápoles realmente es irrelevante para lo que nos tiene que contar Bolaño. Los lugares siempre son el fondo difuso en sus novelas. De hecho, en la novela los lugares que se mencionan suelen ser aquellos en los que el propio Bolaño vivió, quizás buscando con ello una salida pragmática para librar con rapidez el escollo del contexto en el que por necesidad debe transcurrir la historia, dado que los lugares que aparecen los conocía el propio Bolaño y por tanto no tiene que esforzarse por inventar nada, sólo pasar a papel lo que ve al pasear o al asomarse a la ventana de su departamento en Barcelona, o recordar momentos de su vida en el DF o en Chile.

Y pasa lo mismo con la trama. Del mismo modo que el contexto, la trama tiene que haberla en toda la novela, pues es lo que asegura mantener la atención del lector, pero si uno lee con detenimiento a Bolaño, la trama es siempre adjetiva, nunca sustantiva. No es importante que Carlos Wieder sea piloto de avión y que luego tenga un seminario de literatura, para más tarde formar parte de las brigadas del régimen fascista chileno para eliminar en silencio a todo aquello que se opusiese al régimen, o que más adelante termine sus días realizando trabajos menores en un pueblo perdido en una olvidada región de Cataluña. Las aventuras de Carlos Wieder no importan por sí mismas (la acción no es relevante, sino secundaria), sino solo en tanto en cuanto nos muestran cómo es el propio Carlos: su identidad, su biografía, su historia. En definitiva, en Bolaño el esfuerzo ficcional gira única y exclusivamente entorno a los personajes, nunca en lo que queda fuera de ellos (contexto, tramas, etc.). A este hecho me refiero cuando afirmo que Bolaño reconcentra toda novela en un solo eje: los personajes.   

Ahora bien, al igual que destacamos la centralidad de los personajes en la narrativa de Bolaño, también es importante apuntar cómo son los personajes del escritor chileno. A lo largo de este trabajo ya he tocado este asunto, pero ahora creo que conviene cerrar bien este tema. Si algo no son los personajes de Bolaño es justo héroes, nunca los hay en sus novelas, personas exitosas, triunfadoras de la vida, personas felices, profundamente autosatisfechas con su vida y que extiendan por donde pasan buenas palabras y buenas acciones. Tampoco son en sentido estricto perdedores porque para serlo han tenido que querer ganar previamente y justo eso no lo encontramos en Bolaño. No hay épica en los sus personajes. Lo que sí encontramos son personajes a la deriva, náufragos en el piélago de la vida, que flotan sin más, sin sentido, sin fines, arrastrados por las corrientes y las mareas de la vida, orillados en los márgenes de una sociedad entregada a las promesas del progreso y el desarrollo, así como con unos valores muy definidos: el esfuerzo constante, la competitividad como principio de vida, el éxito como fin último o sentido de todo, el consumismo como praxis cotidiana, el anhelo de la posesión constante de todo objeto de nuestro deseo,  el ascenso social, el aparentar lo que los demás quisieran ver en nosotros, etc. Sí, Bolaño siempre centra su atención en aquellas vidas que no han sido capaces de abrirse un camino propio, las que se han quedado por el camino en el logro de algún proyecto, o las que sencillamente nunca han iniciado ni el camino y se dejan llevar sobreviviendo a los vaivenes del destino y los bandazos de la vida, vidas condenadas al olvido más absoluto porque no han logrado o no han querido trascender en nada. Novelas preñadas de personajes anónimos, de una contingencia pavorosa y sin ningún peso social ni laboral relevantes. Están hechos a imagen y semejanza del propio Bolaño, cuya vida es una afirmación de todo ello. Vida sin raíces, itinerante, cosmopolita, bohemia cuando pudo serlo, cuando no trabajos insustanciales, difícilmente deseables para personas que quieren ser escritores y aspiran a vivir de sus novelas. En fin, los personajes de Bolaño están hechos de la misma pasta que su creador; comparten la misma naturaleza ontológica. Por eso cuando uno lee a Bolaño, aunque nos hable de tal o cual personaje, en el fondo, si leemos entrelineas siempre nos está contando algo que tiene que ver consigo mismo. Nunca encontramos en Bolaño un afán por separar sus personajes de él mismo, de ahí su constante pulsión por romper la distinción entre lo real y lo ficcional. A veces, el propio Bolaño parece formar parte de la ficción de sus personajes y viceversa, a veces la ficción parece hacerse real. Este juego, del que ya hemos hablado también líneas más arriba, es constante en su narrativa y ciertamente encantador, manejándolo siempre con maestría. 

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